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Al contrario, ellos vieron que Dios me había confiado la misión de proclamar el mensaje evangélico a los no judíos, así como a Pedro le había confiado la de proclamarlo a los judíos. El mismo Dios que ha hecho a Pedro apóstol para los judíos, me ha hecho a mí apóstol para los paganos. Así que Santiago, Pedro y Juan, considerados como columnas de la Iglesia, reconocieron que Dios me había confiado esta misión, y nos tendieron la mano a Bernabé y a mí en señal de acuerdo: ellos llevarían el mensaje evangélico a los judíos y nosotros a los paganos.

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